Por desgracia, desde pequeños hemos sido educados para no valorar lo improvisado y magnificar el resultado perfecto de lo mil veces ensayado.
Paradójicamente, nuestra forma de comunicarnos más utilizada, el lenguaje hablado y gestual, es totalmente improvisado durante toda nuestra vida.
¿Somos improvisadores inconscientes?
Cuando creo una fonoescultura, intento dejarme llevar por ella; por su material, por sus formas, por su sonido… permitiendo así que aflore la verdadera génesis del proyecto.
Es por eso que después, al poder hacer sonar improvisando un instrumento que nadie antes haya tocado, surge una simbiosis primigenia de igual a igual entre la escultura sonora y el ejecutante hacedor, floreciendo así un momento verdaderamente mágico.